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La peste negra III - Pogromo

Pieter Brueghel el Viejo - El triunfo de la muerte. Origen: Wikimedia Commons

Se acabaron los buenos tiempos. Se acabó la bonanza económica y el trabajo para todos. A mediados del siglo XIV las dueñas de ciudades y campos se llamaban hambre y guerra. Todos los reinos y principados de Europa se enfrentaban unos con otros por intereses económicos y territoriales, desgarrándose entre ellos por las migajas que la crisis y la misma guerra dejaban de lo que antes habían sido un comercio floreciente y unos campos fértiles. Hordas de mercenarios y proscritos, hambrientos y sin empleo, recorrían Europa saqueando y matando a cualquiera que se cruzara en su camino. No había forma de labrar los campos sin riesgo de morir, y aquellos campos que eran labrados no daban buenas cosechas porque el clima se había aliado con la guerra en contra los hombres: tormentas, heladas, inundaciones…

Para la gente sencilla, indudablemente, todo aquello se debía a la ira de Dios por sus muchos pecados, tal como los sacerdotes se empeñaban en predicar desde sus púlpitos. Sólo quedaba como remedio la resignación y el propósito de enmienda, para calmar al Señor y que la vida volviera a la normalidad cuanto antes. Muchos se entregaron a la vida contemplativa y mendicante, recorriendo campos y aldeas y rezando por aquellos que les proporcionaran un plato de comida o un lecho donde pasar la noche, porque rezar era lo único que podían –y sabían– hacer.

Pero cuando en 1348 desembarcó la peste en Europa y la gente, famélica y debilitada por décadas de penurias, empezó a morir por millones, el populacho empezó a pensar que no era sólo Dios quien se encontraba detrás de aquel castigo tan cruel que les había tocado vivir, que tenía que haber una mano negra detrás de todo aquello. Dios no podía ser tan cruel; aquello sólo podía ser obra del diablo. ¿Y quienes representaban mejor que nadie los designios del Maligno? ¿Quienes seguían enriqueciéndose a pesar de la ola de pobreza que les asolaba? ¿Quienes, a pesar de la evidencia de su error, insistían en negar la salvación que Jesucristo había traído al mundo con su sacrificio supremo? ¿Quienes sino los judíos podían ser los verdaderos culpables de tanta desgracia?

Así que, ni cortos ni perezosos, los habitantes de ciudades como Narbona o Carcasona, donde la peste se había cebado especialmente en primavera, sacaron a los judíos de sus casas y los arrojaron a grandes hogueras donde fueron quemados vivos como escarmiento, acusados de envenenar los pozos de la ciudad con la mortal enfermedad.

Quema de judíos, acusados de causar la peste

Aquella atrocidad no disminuyó un ápice los funestos efectos de la peste, pero a buen seguro que calmó los ánimos de una población ignorante y supersticiosa. No así de las élites gobernantes, que temían una huida en masa de los judíos y sus imprescindible capitales debido a las matanzas. Incluso la Iglesia trató de detener los ataques contra la población hebrea, pero después de siglos de mensajes xenófobos contra el enemigo interior judaizante, el pueblo no estaba dispuesto a transigir: había dado forma física a sus males en las personas de los judíos y estaba decidido a exterminarlos.

En vista de cómo pintaban las cosas, al final los gobernantes decidieron darle al pueblo el chivo expiatorio que pedía, y por toda Europa los judíos fueron perseguidos, encarcelados y torturados, mientras sus propiedades eran confiscadas. El sistema legal del Medioevo era perfecto para conseguir un culpable: gracias a la tortura se podía conseguir cualquier clase de confesión, de manera que, finalmente, y con las confesiones en la mano, empezaron a quemar judíos por centenares en todo el continente. Ya no eran suficientes las hogueras, sino que empezaron a quemar a la gente hacinándolas en casas que posteriormente eran incendiadas.

Eventualmente, la peste terminó aplacándose, aunque desde luego, no fue gracias a las masacres de inocentes. El exterminio de miles de judíos tan sólo contribuyó a empeorar la crisis económica y la decadencia social de un mundo que evolucionaba rápidamente entre la Edad Media y la Edad Moderna; un nuevo oprobio que sumar a la dilatada historia de rencor y xenofobia promovida por la Iglesia.

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la_peste_negra_iii_-_pogromo.txt · Última modificación: por hispa

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