La burbuja de los mares del sur
El hombre es el único animal que tropieza dos docenas de veces con la misma piedra. Vamos a comprobar que a lo largo de la historia, y en lo referente a la economía, el único valor que siempre ha ido al alza es la estupidez humana. Comencemos:
A principios del siglo XVIII se apagaban los últimos rescoldos de la Guerra de Sucesión Española. En España reinaba Felipe V, el primero de los borbones españoles; a cambio tuvo que hacer varias concesiones a las potencias beligerantes en la recién terminada contienda dinástica. En virtud del Tratado de Utrecht de 1713, Gran Bretaña se quedaba con Menorca y Gibraltar, además de obtener varias posesiones francesas en América, pero obtenía también algo mucho más importante: el «derecho de asiento» sobre las rutas comerciales con las colonias españolas en América durante treinta años.
Este monopolio sobre el comercio con América era un caramelo que bien valía una guerra. Los borbones franceses podían quedarse con España, porque los británicos habían sacado justo la tajada que más les interesaba. Dos años antes, en 1711, el avispado ministro de Hacienda inglés, Sir Robert Harley, había fundado la South Sea Company, es decir, la Compañía de los Mares del Sur. Puesto que el monopolio del comercio con América aún lo ostentaba España en el momento de la fundación de esta compañía, no es difícil sospechar que Harley estaba tejiéndose un bolsillo gigantesco para llenarlo de dinero una vez que se firmara la Paz de Utrecht, en la redacción de cuyas condiciones tuvo un papel destacado.
Dicho y hecho: obtenido el monopolio del comercio, ya sólo quedaba buscar socios capitalistas para poner en marcha la susodicha compañía. Para compensar a la corona británica por la cesión del monopolio, la compañía adquirió de ésta diez millones de libras a cambio de acciones, operación que volvió a repetirse varios años más tarde, ligando de una forma temeraria el futuro de las cuentas del Estado a la buena marcha de esta empresa.
Como aquello era una bicoca, y además estaba avalada por el Estado, fueron muchos los que quisieron invertir en el negocio, y las acciones de la South Sea Company empezaron a subir. Para colmo, la actividad de la compañía, centrada en un primer momento en el tráfico de esclavos, terminó convirtiéndose en un continuo contrabandeo del navío de permiso, que realizaba operaciones no estipuladas en los acuerdos con España y constantemente transbordaba carga en alta mar con otros navíos para eludir los controles.
Con una cotización totalmente disparada en base a noticias y rumores infundados sobre la rentabilidad de la Compañía, a mediados de 1720 empezó a cundir el nerviosismo de los accionistas, que empezaron a vender. Para mantener las cotizaciones, la South Sea Company empezó a recomprar sus títulos, pero a finales del verano la situación del mercado ya no se sostenía: las órdenes de venta se dispararon y la cotización de la compañía se hundió, llevándose por delante a accionistas, bancos e incluso a las cuentas de la Corona y al propio gobierno, que fue destituido debido al escándalo financiero.
El escándalo fue de los que hacen época: miembros del parlamento británico arruinados, directivos de la compañía puestos a la sombra en la torre de Londres, la South Sea Company intervenida por el Estado (puesto que con ella podía hundirse también la deuda pública de Inglaterra)… La investigación posterior determinó que se había cometido un fraude masivo con el objetivo de mantener artificialmente elevadas las cotizaciones y permitir la especulación con los títulos, pero el daño ya estaba hecho, y la South Sea Company dejó de dedicarse exclusivamente al comercio con las Indias para limitarse a ser una simple gestora de la deuda pública británica. ¿Han oído hablar alguna vez de los «activos tóxicos»? Pues eso.